sábado, 10 de septiembre de 2011

Me encanta Dios - Jaime Sabines




ME ENCANTA DIOS

Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida - no tú ni yo - la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿que importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho frente al ataque de los antibióticos con ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia- y se agita y crece- cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer mas amada, el perrito y la pulga, la piedra mas antigua, el pétalo mas tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mi me gusta, a mi me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.
Jaime Sabines

martes, 2 de agosto de 2011

El evangelio de la perdición - Edgar Morin




LA PÉRDIDA DE SALVACIÓN, LA AVENTURA DESCONOCIDA

Si hubiera navegantes del espacio, su ruta en la constelación de Virgo ignoraría la muy marginal Vía Láctea y pasaría lejos del pequeño sol periférico que tiene en su órbita al minúsculo planeta Tierra. Como Robinson en su isla, nos hemos puesto a enviar signos hacia las estrellas, hasta ahora en vano, y quizás en vano para siempre. Estamos perdidos en el cosmos.
Ese cosmos formidable también está destinado a la perdición. Nació, consecuentemente es mortal. Se dispersa a velocidad enloquecida, mientras los astros chocan, explotan, implotan. Nuestro sol, que sucede a dos o tres otros soles difuntos, se consumirá. Todos los vivos son lanzados a la vida sin haberlo pedido, son comprometidos con la muerte sin haberlo deseado. Viven entre nada y nada, la nada de antes y la nada de después, rodeados, entretanto, de nada. No sólo los individuos están perdidos: tarde o temprano lo estará la humanidad, después las últimas trazas de vida, más tarde la Tierra. El mundo mismo se dirige a su muerte, sea por dispersión generalizada o por retorno implosivo al origen… Quizá de la muerte de este mundo nazca otro mundo, pero el nuestro se hallará entonces irremediablemente muerto. Nuestro mundo está consagrado a la perdición. Estamos perdidos.
Este mundo que es el nuestro es muy débil en la base, casi inconsistente: nació de un accidente, quizá de una desinte¬gración del infinito, a menos que se considere que nació de la nada. De cualquier modo, la materia conocida no es más que una ínfima parte de la realidad material del universo, y la materia organizada no es más que una ínfima parte de esa ínfima parte. Para nuestros espíritus, son las organizacio¬nes entre entidades materiales, átomos, moléculas, astros, seres vivos, las que toman consistencia y realidad; son las emergencias que surgen de esas organizaciones, la vida, la conciencia, la belleza, el amor, las que, para nosotros, tienen valor: pero esas emergencias son perecederas, fugitivas, como la flor que se abre, el resplandecer de un rostro, el tiempo del amor…
La vida, la conciencia, el amor, la verdad, la belleza son efímeros. Esas emergencias maravillosas suponen organizaciones de organizaciones, oportunidades inauditas, corren constantemente riesgos mortales. Para nosotros son fundamentales, pero no tienen fundamento. Nada tiene fundamento absoluto, todo procede en última o primera instancia de lo sin nombre, de lo sin forma. Todo nace circunstancialmente y todo lo que nace está comprometido con la muerte.
Entonces: las últimas emergencias, los últimos productos del devenir, la conciencia, el amor, deben ser reconocidos como primeras normas y primeras leyes. Pero no adquirirán la perfección ni la inalterabilidad. El amor y la conciencia morirán. Nada escapará a la muerte. No hay salvación en el sentido de las religiones de salvación que prometen la inmortalidad personal. No hay salvación terrestre, como lo prometió la religión comunista, es decir una solución social en la que la vida de cada uno y de todos fuera liberada de la desgracia, del azar, de la tragedia. Hay que renunciar radical y definitivamente a esa salvación.
También tenemos que renunciar a las promesas infinitas. El humanismo occidental nos orientaba a la conquista de la naturaleza, al infinito. La ley del progreso no decía que éste debía perseguirse hasta el infinito. No había límite al crecimiento económico, no había límite a la inteligencia humana, no había límite a la razón. El hombre se había vuelto para él mismo su propio infinito. Hoy podemos rechazar esos falsos infinitos y tomar conciencia de nuestra irremediable finitud. Como dice Gadamer, hay que “dejar de pensar en la finitud como la limitación en la que nuestro querer ser infinito fracasa y conocer la finitud positivamente como la verdadera ley fundamental del dasein” El verdadero infinito está más allá de la razón, de la inteligibilidad, de los poderes del hombre. Quizá nos atraviese de un lado al otro, totalmente invisible, y sólo se deje presentir en la poesía y la música.
A la vez que la conciencia de la finitud, de aquí en más podemos adquirir una conciencia de nuestra inconsciencia y un conocimiento de nuestra ignorancia: en adelante podemos saber que nos hallamos en una aventura desconocida. Basados en la fe de una pseudociencia, creímos que conocíamos el sentido de la historia humana. Pero, desde los inicios de la humanidad, desde los inicios de los tiempos históricos, ya nos hallábamos en una aventura desconocida, en la que nos encontramos más que nunca. El curso que sigue la historia de la era planetaria se desprendió de la órbita del tiempo reiterativo de las civilizaciones tradicionales para entrar en un devenir cada vez más incierto.
Nos orientamos a la incertidumbre que las religiones de salvación, incluyendo la terrestre, habían creído rechazar:
Los bolcheviques no querían, o no podían, comprender que el hombre es un ser frágil e incierto que cumple una obra incierta en un mundo incierto. ( D. Tchossitch, Le Temps du mal. I., Paris, L/Age THomme, 1990, p. 186.)
Debemos comprender que la existencia en el mundo físico, y la del mismo mundo físico, tiene un costo de degradación, de disminución, de ruina inédita, que la existencia viviente tiene un costo inédito de sufrimiento, que toda alegría, toda felicidad, tendrán como contrapartida la degradación, la perdición, la ruina y el sufrimiento.
Estamos en la itinerancia. No estamos en camino sobre una ruta marcada, tampoco estamos teleguiados por la ley del progreso, no tenemos mesías ni salvación, caminamos en la noche y en la niebla. Sin embargo, no es errar al azar, por más que haya azar y errancia; también podemos tener ideas fuerza, valores elegidos, una estrategia que se enriquece al modificarse. No es solamente una marcha al matadero. Estamos empujados por nuestras aspiraciones, podemos disponer de voluntad y de coraje. El itinerario se alimenta con esperanza. Pero es una esperanza privada de recompensa final: navega en el océano de la desesperanza.
La itinerancia corresponde al mundo de aquí abajo, es decir al destino terrestre. Pero a la vez importa una búsqueda de los más allá. No se trata de “más allá” de fuera del mundo, son “más allá” del hic et nunc (aquí y ahora), los “más allá” de la miseria y de la desdicha, los “más allá” desconocidos corres¬pondientes a la aventura desconocida.
Es en la itinerancia donde se ha inscrito el acto vivido. La itinerancia implica la revalorización de los momentos auténticos, poéticos, extáticos de la existencia e, igualmente, como todo fin alcanzado nos lanza sobre un nuevo camino y como toda solución abre un nuevo problema, una desvalorización relativa de las ideas de fin y solución. La itinerancia puede vivir plenamente el tiempo, no sólo como continuum que vincula pasado/presente/futuro, sino como recurso (pasado), acto (presente), posibilidad (tensión hacia el futuro).
Nos encontramos en la aventura desconocida. La insatisfacción que provoca la itinerancia jamás podría ser saciada por aquélla. Debemos asumir la incertidumbre y la inquietud, debemos asumir el dasein; el hecho de estar allí sin saber por qué. Cada vez habrá más fuentes de angustia, y hará falta cada vez más participación, fervor, fraternidad, las únicas que saben no sólo aniquilar, sino también rechazar la angustia. El antídoto es el amor, la réplica -no la respuesta- a la angustia. Es la experiencia fundamentalmente positiva del ser humano, donde la comunión, la exaltación de sí, del otro, alcanzan su punto superior, ya que no están alteradas por la posesividad. ¿No se podría descongelar la enorme cantidad de amor petrificado en religiones y abstracciones y orientarlo no ya a lo inmortal sino a lo mortal?

LA BUENA-MALA NOTICIA
Pero, incluso así, la perdición seguirá inscrita en nuestro destino. Allí está la mala noticia: estamos perdidos, irremediablemente perdidos. Si hay un evangelio, es decir una buena noticia, debe partir de la mala: estamos perdidos, pero tenemos un techo, una casa, una patria: el planetita en el que la vida creó su jardín, donde los humanos formaron su hogar, donde la humanidad tiene que reconocer su casa común.
No es la Tierra prometida, no es el paraíso terrestre. Es nuestra patria, el lugar de nuestra comunidad de destino de vida y de muerte terrícolas. Debemos cultivar nuestro jardín terrestre, lo que quiere decir civilizar la Tierra.
El evangelio de los hombres perdidos y de la Tierra-Patria nos dice: seamos hermanos, no porque nos salvaremos sino porque estamos pedidos. (En realidad, la idea de salvación, nacida del rechazo a la perdición, llevaba con ella la conciencia rechazada de la perdición. Toda religión de vida después de la muerte llevaba en ella la conciencia de lo irreparable de la muerte.)
Seamos hermanos para vivir auténticamente nuestra comunidad de destino de vida y muerte terrícolas. Seamos hermanos, porque somos solidarios uno con los otros en la aventura desconocida. Como decía Albert Cohén:
“Que esta espantosa aventura de los humanos que llegan, ríen, se mueven y súbitamente no se mueven más, que esta catástrofe que les sucede no nos vuelva tiernos y piadosos unos con los otros, es increíble.”
La mala nueva no es nueva: a partir de la emergencia del espíritu humano hubo una toma de conciencia de la perdición, pero esa toma de conciencia fue rechazada por la creencia en la supervivencia y por la esperanza de salvación. Sin embargo, cada uno se ve secretamente acompañado por la idea de la perdición, cada uno la lleva en sí a profundidades mayores o menores. La buena nueva no es nueva: el evangelio de los hombres perdidos regenera el mensaje de compasión y conmiseración por el sufrimiento del príncipe Sakyamuni y el sermón de la montaña de Jesús de Nazareth, pero, en el corazón de la mala nueva, no hay salvación por salvaguardia/resurrección del yo, ni liberación por absorción del yo.

jueves, 23 de junio de 2011

Sociedad de consumo - Eduardo Galeano




Los expertos saben convertir  a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascendencia social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?


Eduardo Galeano

sábado, 4 de junio de 2011

Niña Bonita - Ana María Machado


Niña Bonita


Había una vez un niña bonita, bien bonita.

Tenía los ojos como dos aceitunas negras, lisas y muy brillantes.
Su cabello era rizado y negro, como hecho de finas hebras de la noche. Su piel era oscura y lustrosa, más suave que la piel de la pantera cuando juego con la lluvia.
A su mamá le encantaba peinarla y a veces le hacía una trencitas todas adornadas con cintas de colores. Y la niña bonita terminaba pareciendo una princesa de las tierras de África o un hada del Reino de la Luna.
Al lado de la casa de la niña bonita vivía un conejo blanco, de orejas color rosa, ojos muy rojos y hocico tembloroso. El conejo pensaba que la niña bonita era la persona más linda que había visto en toda su vida. Y decía:
- Cuando yo me case, quiero tener una hija negrita y bonita, tan linda como ella...
Por eso, un día fue adonde la niña y le preguntó:
- Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
La niña no sabía, pero inventó.
- Ah, debe ser que de chiquita me cayó encima un frasco de tinta negra.
El conejo fue a buscar un frasco de tinta negra. Se lo echó encima y se puso negro y muy contento. Pero cayó un aguacero que le lavó toda la negrura y el conejo quedó blanco otra vez. Entonces, regresó adonde la niña y le preguntó:
- Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
La niña no sabía, pero inventó.
- Ah, debe ser que de chiquita tomé café negro.
El conejo fue a su casa. Tomó tanto café que perdió el sueño y pasó toda la noche haciendo pipí. Pero no se puso negro.
Regresó entonces adonde la niña y le preguntó otra vez:
- Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
La niña no sabía, pero inventó:
- Ah, debe ser que de chiquita comí mucha uva negra.
El conejo fue a buscar una cesta de uvas negras y comió y comió hasta quedar atiborrado de uvas, tanto, que casi no podía moverse.
Le dolía la barriga y pasó toda la noche haciendo pupú.
Pero no se puso nada negro.
Cuando mejoró, regresó adonde la niña y le preguntó una vez más:
- Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
La niña no sabía y ya iba a ponerse a inventar algo de unos frijoles negros cuando su mamá, que era mulata linda y risueña, dijo:
- Ningún secreto. Encantos de una abuela negra que ella tenía.
Ahí el conejo, que era bobito pero no tanto, se dio cuenta de que la madre debía estar diciendo la verdad, porque la gente se parece siempre a sus padres, a sus abuelos, a sus tíos y hasta a sus parientes lejanos. Y si él quería tener una hija negrita y linda como la niña bonita, tenía que buscar una coneja negra para casarse.
No tuvo que buscar mucho. Muy pronto, encontró una coneja oscura como la noche que hallaba a ese conejo blanco muy simpático. Se enamoraron, se casaron y tuvieron un montón de hijos, porque cuando los conejos se ponen a tener hijos, no paran más. Tuvieron conejitos para todos los gustos: blancos, bien blancos, blancos medio grises, blancos manchados de negro, negros manchados de blanco, y hasta una conejita negra, bien negrita. Y la niña bonita fue la madrina de la conejita negra.
Cuando la conejita salía a pasear siempre había alguien que le preguntaba:
- Coneja negrita, ¿cuál es tu secreto para ser tan bonita?
Y ella respondía.
- Ningún secreto. Encantos de mi madre que ahora son míos.

Ana Marìa Machado


jueves, 2 de junio de 2011

MUNDO GRANDE - Carlos Drummond de Andrade



No, mi corazón no es mayor que el mundo.
Es mucho menor.
En él no caben ni mis dolores.
Por eso me gusta contarme.
Por eso me desnudo,
por eso me grito,
por eso frecuento los periódicos, me expongo crudamente en las librerías:
necesito de todos.

Si, mi corazón es muy pequeño.
Sólo ahora veo que en él no caben los hombres.
Los hombres estàn aquí afuera, están en la calle.
La calle es enorme. Mayor, mucho mayor de lo que esperaba.
Pero tampoco en la calle caben todos los hombres.
La calle es menor que el mundo.
El mundo es grande.

Tù sabes qué grande es el mundo.
Conoces los navíos que llevan petróleo y libros, carne y algodón.
Viste los diferentes colores de los hombres,
los diferentes dolores de los hombres,
sabes qué difìcil es sufrir todo eso, amontonar todo eso
en un sólo pecho de hombre... sin que estalle.

Cierra los ojos y olvida.
Escucha el agua en los vidrios,
tan calma. No anuncia nada.
Mientras se escurre en las manos,
¡tan calma!, lo va inundando todo...
¿Renacerán las ciudades sumergidas?
Los hombres sumergidos - ¿volveràn?

Mi corazón no sabe.
Estúpido, ridículo y frágil es mi corazòn.
Sòlo ahora descubro
que triste es ignorar ciertas cosas.
(En la soledad del individuo
olvidé  el lenguaje
con que los hombres se comunican)

Antaño escuché a los àngeles,
las sonatas, los poemas, las confesiones patéticas.
Nunca escuché voces de gente.
En verdad soy  muy pobre.

Antaño viajé
por países imaginarios, fáciles de habitar,
islas sin problemas, no obstante agotadoras y convocando al suicidio.

Mis amigos partieron a las islas.
Las islas pierden al hombre.
Entretanto algunos se salvaron y
trajeron la noticia
de que el mundo, el mundo grande està creciendo todos los dìas,
entre el fuego y el amor...


Entonces, mi corazón también puede crecer

Entre el amor y el fuego,
entre la vida y el fuego,
mi corazòn crece diez metros y estalla.
-¡Oh vida futura!, nosotros te crearemos.

Carlos Drummond de Andrade



sábado, 14 de mayo de 2011

No Basta - Gloria Anzaldúa

ilustraciòn: Kubicki

No basta con
decidir abrirte.

Debes hundirte los dedos
en el ombligo, con las dos manos
agrietarte,
derramar los lagartos y los sapos
las orquídeas y los girasoles,
virar al revés el laberinto.
Sacudirlo.

Sin embargo, no te vacías del todo.
Quizás una flema verde
se esconde en tu tos.
Tal vez no sabes que la tienes
hasta que un nudo
te crece en la garganta
y se convierte en rana.

Te cosquillea una sonrisa secreta
en el paladar
lleno de orgasmos diminutos.

Pero tarde o temprano
se revela.
La rana verde croa sin discreción.
Todos miran.

No basta con abrirte
una sola vez.
De nuevo debes hundirte los dedos
en el ombligo, con las dos manos
desgarrarte,
dejar caer ratas muertas y cucarachas
lluvia de primavera, mazorcas en capullo.
Virar al revés el laberinto.
Sacudirlo.

Esta vez debes soltarlo todo.
Enfrentar el rostro abierto del dragón
y dejar que el terror te trague.
—Te disuelves en su saliva
—nadie te reconoce hecha charco
—nadie te extraña
—ni siquiera te recuerdan
y el laberinto
tampoco es creación tuya.

Y has cruzado.
Y a tu alrededor espacio.
Sola. Con la nada.

Nadie te va a salvar.
Nadie te va a cortar la soga,
a cortar las gruesas espinas que te rodean.
Nadie vendrá a asaltar
los muros del castillo ni
a despertar con un beso tu nacimiento,
a bajar por tu pelo,
ni a montarte
en el caballo blanco.

No hay nadie que
te alimente el anhelo.
Acéptalo. Tendrás que
hacerlo, hacerlo tú misma.
Y a tu alrededor un vasto terreno.
Sola. Con la noche.
Tendrás que hacerte amiga de lo oscuro
si quieres dormir por las noches.

No basta con
soltar dos, tres veces,
cien. Pronto todo es
tedioso, insuficiente.
El rostro abierto de la noche
ya no te interesa.
Y pronto, otra vez, regresas
a tu elemento y
como un pez al aire
sales al descubierto
sólo entre respiros.
Pero ya tienes agallas
creciéndote en los senos.

Gloria  Anzaldúa


jueves, 31 de marzo de 2011

El mal fotógrafo - Juan Villoro


Fotografía: Abel García Sanoja

El mal fotógrafo

Recuerdo a mi padre alejarse del grupo donde se servía limonada. En las playas o los jardines, siempre tenía algún motivo para apartarse de nosotros, como si los niños causáramos insolación y tuviese que buscar sombra en otra parte.
Puedo ver su cara recortada en el quicio de una puerta, fumando con desgano, con la rutina parda del adicto que hace mucho dejó de disfrutar el vicio. Nunca se quitaba la corbata. Para él las vacaciones eran el momento en que se manchaba la corbata y no le importaba. Sólo se ponía otra al volver al trabajo.
Supongo que nunca se adaptó a nosotros. Nos tomaba en cuenta con la calmosa dedicación con que alguien deja caer gotas azules en un acuario.
También el verdadero sol lo molestaba. Le sacaba pecas en los antebrazos, cubiertos de vellos rojizos. No era un hombre de intemperie. Lo único que disfrutaba de las vacaciones era el trayecto, las muchas horas a bordo del coche. Entonces cantaba una canción sobre un caballo de carreras. Aunque el caballo perdía siempre, su voz sonaba feliz y libre. Una voz hecha para el camino.
Distanciarse estaba en su carácter. Nunca lo vimos tomar una fotografía, pero las fotos que encontramos muchos años después deben ser suyas. Estuvo suficientemente cerca y suficientemente lejos de nosotros para retratarnos. Lo imagino con una de esas cámaras que se colgaban del hombro y tenían estuche de cuero.
Las fotos recogen jardines olvidados y casas donde tal vez dormimos una noche, en camino a otra parte. Entonces éramos más rubios, más blancos, más antiguos. Una época pálida, antes de que la fotografía a color se volviera enfática. A mi padre le iban bien esos tonos indecisos, donde un coche azul parecía más gris de lo que era.
Nadie guardó las fotos en un álbum, tal vez porque eran malas, tal vez porque pertenecían a una época que se volvió complicado recordar.
En las tomas aparecen objetos que sólo a mi padre le hubiera interesado retratar. Las bancas, los postes de luz, los tejados, los coches –sobre todo los coches- sobreviven mejor que nosotros. Ciertas fotos oblicuas o movidas parecen tomadas desde un auto en movimiento.
El dato final y decisivo para asociarlas con mi padre es que después no hubo otras. Una tarde subió a su Studebacker y no volvimos a saber de él.
Las fotografías aparecieron en un desván, dentro de una maleta con correas, estampada con nombres de hoteles a los que no fuimos nosotros. Supongo que las dejó ahí para que lo conociéramos de otro modo, para que supiéramos lo mal fotógrafo que había sido, cuán frágil era su pulso, la falta de concentración que determinaba su mirada. Un detective a sueldo hubiera hecho mejor trabajo.
¿Es posible que el autor de las fotografías sea otro? No lo creo. La torpeza, el desapego, la atención vacilante son una firma clara.
De mi padre sabemos lo peor: huyó; fuimos la molestia que quiso evitarse. Las fotos confirman su dificultad para vernos. Curiosamente, también muestran que lo intentó. Con la obstinación del mediocre, reiteró su fracaso sin que eso llegara a ser dramático. Nunca supimos que sufriera. Ni siquiera supimos que fotografiaba.
Hubo un tiempo en que vivimos con un fotógrafo invisible. Nos espiaba sin que ganáramos color. Que alguien incapaz de enfocar nos mirara así, revela un esfuerzo peculiar, una forma secreta del tesón. Mi padre buscaba algo extraviado o que nunca estuvo ahí. No dio con su objetivo, pero no dejó de recargar la cámara. Sus ojos, que no estaban hechos para vernos, querían vernos.
Las fotos, desastrosas, inservibles, fueron tomadas por un inepto que insistía.
Una tarde subió al Studebacker. Supongo que cantó su canción del caballo, una y otra vez, hasta que en un recodo solitario ganó, al fin, una carrera.

Juan Villoro

lunes, 21 de marzo de 2011

Gadafi y las potencias occidentales - por Frei Betto

Las potencias occidentales, lideradas por los Estados Unidos, se hacen de la boca gruesa en defensa de los derechos humanos en Libia. ¿Y las ocupaciones genocidas de Iraq y de Afganistán? ¿Quién dobla las campanas por un millón de muertos en Iraq? ¿Quién lleva a la Corte Internacional de Justicia de la ONU a los asesinos confesos en Afganistán y a los responsables de crímenes de lesa humanidad? ¿Por qué el Consejo de Seguridad de la ONU no dice una palabra contra las masacres practicadas contra los pueblos iraquí, afgano y palestino?
El interés de los EE.UU. y de la Unión Europea no es la defensa de los derechos humanos en Libia. Es asegurar el control de un territorio que produce 1,7 millones de barriles de petróleo al día, de los cuales depende la energía de países como Italia, Portugal, Austria e Irlanda.
El caso de Iraq es ejemplar: los Estados Unidos inventaron las nunca encontradas 'armas de destrucción masiva' de Sadam Husein para ejercer el control sobre un país que es el segundo mayor productor mundial de petróleo -2,11 millones de barriles-, sólo superado por Arabia Saudita. Y posee una reserva calculada en 115 mil millones de barriles. A esa riqueza se le suma el hecho de ocupar una posición geográfica estratégica, pues tiene fronteras con Arabia Saudita, Irán, Jordania, Kwait, Siria y Turquía.
El próximo 20 de marzo se cumplen ocho años que los EE.UU. y sus adláteres invadieron Irak con el pretexto de 'establecer la democracia'. El gobierno de Maliki está lejos de poder ser considerado una democracia. En febrero pasado millares de iraquíes salieron a las calles para reclamar trabajo, pan, electricidad y agua potable. El ejército los reprimió brutalmente, habiendo muertos, heridos, detenciones arbitrarias y secuestro de activistas. Ninguna potencia mundial reclamó en favor de los derechos humanos ni sugirió a Maliki que respondiera ante tribunales internacionales.
La ONU es hoy, lamentablemente, una institución desacreditada. Los EE.UU. la utilizan para aprobar resoluciones que justifiquen su papel de policía global al servicio de un sistema injusto y excluyente. Cuando la ONU aprueba resoluciones que contrarían a la Casa Blanca -como la condena del bloqueo a Cuba y la opresión de los palestinos- ella sencillamente hace oídos sordos.
Gadafi está en el poder desde 1969. Son 42 años de dictadura. ¿Por qué los EE.UU. y la Unión Europea nunca hablaron de quitarlo? Porque, a pesar de sus atentados terroristas, era conveniente mantener allí a un déspota que atraía inversiones extranjeras e impedía que llegasen a Europa los inmigrantes ilegales del África subsahariana, o sea todos los países al sur del desierto del Sahara.
Ahora que el pueblo libio clama por la libertad, los EE.UU. ocupan posiciones estratégicas en el Mediterráneo. Barcos anfibios, aviones y helicópteros son transportados por los barcos de guerra US Ponce y US Kearsarge. La Unión Europea, a su vez, no está preocupada por la democracia en Libia sino por evitar que miles de refugiados desembarquen en sus países deteriorados por la crisis financiera.
Temen también que la onda libertaria que asola a los países árabes, productores de petróleo, suban el precio del producto, recargando más a las potencias occidentales, que luchan con dificultad para vencer la crisis del sistema capitalista.
Se habla de establecer una 'zona de exclusión aérea' en Libia. Eso significa bombardear los aeropuertos del país y todos los aviones allí estacionados. Y exige el envío de portaviones a las costas africanas. En suma, un nuevo frente de guerra.
El hecho es que la Casa Blanca fue sorprendida por el movimiento libertario en el mundo árabe y, ahora, no sabe cómo proceder. Era más cómodo seguir siendo cómplice de los regímenes autoritarios a cambio de las fuentes de energía, como gas y petróleo. ¿Pero cómo oponerse al clamor por la democracia y evitar el peligro de que el gobierno de dichos países pueda caer en manos de fundamentalistas?
Gadafi llegó al poder con amplio apoyo popular al derribar el régimen tiránico del rey Idris, en 1969. Mordido por la mosca azul, con el tiempo olvidó todas las promesas libertarias que había hecho. En 1974, valiéndose de la recesión mundial, expulsó a las empresas occidentales, expropió propiedades y promovió una serie de reformas progresistas que hicieron mejorar la calidad de vida del pueblo libio.
Asociada a la Unión Soviética, a partir de 1993 Gadafi dio la bienvenida a las inversiones extranjeras. Tras la caída de Sadam, temiendo ser el siguiente de la lista, firmó acuerdos para erradicar las armas de destrucción masiva e indemnizó a las víctimas de sus atentados terroristas. Se erigió en un perseguidor feroz de Osama Bin Laden. Pidió ingresar al FMI, creó zonas especiales de libre comercio, abrió el país a las transnacionales del petróleo y eliminó los subsidios a los productos alimenticios de primera necesidad. Inició el proceso de privatización de la economía, lo que hizo aumentar el desempleo a cerca del 30% y agravarse la desigualdad social.
Gadafi mereció elogios de Tony Blair, de Berlusconi, de Sarkozy y de Zapatero. Igual que a Occidente, le desagradó la expulsión de los gobiernos tiránicos de Túnez y Egipto. Ahora dispara contra un pueblo desarmado que aspira a sacarle del poder.
Para las potencias occidentales Gadafi se convirtió en una carta rebelde de la baraja. El problema ahora es cómo echarlo del poder sin abrir un nuevo frente de guerra y convertir a Libia en un 'protectorado' bajo control de la Casa Blanca. Si Gadafi se resiste, Bin Laden puede ganar más de un aliado o, al menos, tener uno más en materia de amenazas terroristas.
El discurso de Occidente es la democracia. El interés, el petróleo. Y para el capitalismo sólo eso interesa: privatizar las fuentes de riqueza. En cuanto a la lógica de que el capital predomine sobre la libertad, Occidente nunca conocerá verdaderas democracias, aquellas en las que la mayoría del pueblo decide los destinos de la nación.

Frei Betto

tomado de Segunda Cita

sábado, 5 de marzo de 2011

Jorge Timossi

Hace poco me enteré que el personaje Felipito de Quino, del cual me he identificado muchísimo a lo largo de mi vida (no sólo por el nombre) fue inspirado en una persona real, llamada Jorge Timossi.
Argentino de nacimiento y Cubano por ciudadanía, Jorge Timossi es cuentista, que ha publicado entre otros, "Cuentecillos y otras alteraciones" y "Raros textos y otros decires".







 


Teoría
El camello hizo todos los intentos para pasar por el ojo de una aguja, pero cuando se convenció de que era imposible tuvo la idea de contornear un costado de esa maldita aguja y colocarse así del otro lado, con lo que cumplió de igual manera aquella sagrada misión que le habían encomendado.

Melodrama
Apagó la pantalla del televisor, miró a su alrededor, y se convenció de que lo que ahora estaba viendo era algún otro capítulo deshilvanado de aquella misma telenovela.

Mezquindad
Nemesio era un hombre tan mezquino que cuando decidió suicidarse lo hizo colgando sus escasos sentimientos de la rama más baja de un bonsái.

Laberinto
Una vez en el laberinto, llegó un momento en que tuve la impresión de que me cruzaba repetidamente conmigo mismo, de que yo era el otro, dentro y fuera de mí, hasta que, desconcertado, elegí quedarme un rato quieto en un punto, en la eventualidad de que pudiera recobrar mis sentidos, y entonces fue cuando me vi, con espanto, pasar por otra de las sendas equivocadas y sin salida.

La rana
Había una vez una rana que comenzó a dar grandes saltos en la orilla de su estanque, croando sin cesar: "Fukuyama, éste es el fin de la historia", "Fukuyama, éste es el fin de la historia", hasta que con un último impulso espectacular se zambulló para siempre en el agua, singular comportamiento ante el cual un sapo comentó que una de las mejores máximas de Herodoto era aquella que enseñaba que la vida siempre termina por darnos la razón, y un coro de libélulas y mosconcitos cantó, en honor del batracio difunto, el consabido colorín, colorado, este cuento todavía no se ha acabado.

Jorge Timossi

martes, 4 de enero de 2011

Diálogo inconcluso - Mijail Batjin


El diálogo inconcluso es la única forma adecuada de expresión verbal de una vida humana auténtica. La vida es es diálogo por naturaleza. Vivir significa participar en un diálogo: significa interrogar, oír, responder, estar de acuerdo. El hombre está todo en este diálogo y con toda su vida: con ojos, labios, manos, alma, espíritu. Con todo el cuerpo, con sus actos. El hombre se entrega todo a la palabra, y esta palabra forma parte de la tela dialógica de la vida humana, del simposio universal...

Mijail Batjin

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