Foto: Ana Cristina Sànchez
Niña Bonita
Había una vez un niña bonita, bien bonita.
Tenía los ojos como dos aceitunas negras, lisas y muy brillantes.
Su cabello era rizado y negro, como hecho de finas hebras de la noche. Su piel era oscura y lustrosa, más suave que la piel de la pantera cuando juego con la lluvia.
A su mamá le encantaba peinarla y a veces le hacía una trencitas todas adornadas con cintas de colores. Y la niña bonita terminaba pareciendo una princesa de las tierras de África o un hada del Reino de la Luna.
Al lado de la casa de la niña bonita vivía un conejo blanco, de orejas color rosa, ojos muy rojos y hocico tembloroso. El conejo pensaba que la niña bonita era la persona más linda que había visto en toda su vida. Y decía:
- Cuando yo me case, quiero tener una hija negrita y bonita, tan linda como ella...
Por eso, un día fue adonde la niña y le preguntó:
- Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
La niña no sabía, pero inventó.
- Ah, debe ser que de chiquita me cayó encima un frasco de tinta negra.
El conejo fue a buscar un frasco de tinta negra. Se lo echó encima y se puso negro y muy contento. Pero cayó un aguacero que le lavó toda la negrura y el conejo quedó blanco otra vez. Entonces, regresó adonde la niña y le preguntó:
- Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
La niña no sabía, pero inventó.
- Ah, debe ser que de chiquita tomé café negro.
El conejo fue a su casa. Tomó tanto café que perdió el sueño y pasó toda la noche haciendo pipí. Pero no se puso negro.
Regresó entonces adonde la niña y le preguntó otra vez:
- Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
La niña no sabía, pero inventó:
- Ah, debe ser que de chiquita comí mucha uva negra.
El conejo fue a buscar una cesta de uvas negras y comió y comió hasta quedar atiborrado de uvas, tanto, que casi no podía moverse.
Le dolía la barriga y pasó toda la noche haciendo pupú.
Pero no se puso nada negro.
Cuando mejoró, regresó adonde la niña y le preguntó una vez más:
- Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
La niña no sabía y ya iba a ponerse a inventar algo de unos frijoles negros cuando su mamá, que era mulata linda y risueña, dijo:
- Ningún secreto. Encantos de una abuela negra que ella tenía.
Ahí el conejo, que era bobito pero no tanto, se dio cuenta de que la madre debía estar diciendo la verdad, porque la gente se parece siempre a sus padres, a sus abuelos, a sus tíos y hasta a sus parientes lejanos. Y si él quería tener una hija negrita y linda como la niña bonita, tenía que buscar una coneja negra para casarse.
No tuvo que buscar mucho. Muy pronto, encontró una coneja oscura como la noche que hallaba a ese conejo blanco muy simpático. Se enamoraron, se casaron y tuvieron un montón de hijos, porque cuando los conejos se ponen a tener hijos, no paran más. Tuvieron conejitos para todos los gustos: blancos, bien blancos, blancos medio grises, blancos manchados de negro, negros manchados de blanco, y hasta una conejita negra, bien negrita. Y la niña bonita fue la madrina de la conejita negra.
Cuando la conejita salía a pasear siempre había alguien que le preguntaba:
- Coneja negrita, ¿cuál es tu secreto para ser tan bonita?
Y ella respondía.
- Ningún secreto. Encantos de mi madre que ahora son míos.
Ana Marìa Machado
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